Nunca antes he tratado de expresar mi religión en este espacio, porque me gusta mantener un blog donde las personas que me lean se sientan agusto y sin ningún tipo de amenaza hacia su espiritualidad, pero el post de hoy es distinto.
Este es mi blog personal, donde vacío mis pensamientos sin temor alguno, es por eso que me siento con la confianza de expresar lo que durante cierto tiempo ha venido sucediendome y que hoy tuvo un momento de culminación para dar paso a algo mejor.
Soy una persona católica. Pero por mucho tiempo me cuestioné si realmente lo era.
Deben saber que yo, soy una persona analítica por naturaleza, que piensa, razona y cuestiona todo lo que no entiende o comprende. Vengo de una familia católica, de la cual siempre he sido la oveja resagada en cuestiones eclesiásticas. Blu es mi hermano más involucrado en eso y a aunque jamás me burlé de lo que el hacía porque lo respeto, nunca compartí sus gustos por los grupos que conformaba ni me creía las vivencias que todos ellos afirmaban tener.
Desde mi ruptura con Violeta, resolví cambiar mi vida y mi forma de ser, no por la ruptura sino por el cambio, si ya iba a cambiar el hasta entonces centro de mi vida, qué mejor que cambiar todo de una vez. Experimenté mucho cambios al pasar los meses, cambios que me han hecho una persona completamente diferente a la que era hace un año. Un día, como aquellas cosas olvidadas y que de pronto notas aparecer en un rincón de tu mente. Pensé en mi religión. ¿Qué era la religión para mi? ¿y por qué estaba apartado de ella?
Siempre he creído en un ser mayor a todos nosotros que de alguna forma guía nuestros acontecimientos, por eso no puedo decir que alguna vez fui ateo. Nunca dejé de creer en Dios. En mi mente sin embargo, no concebía muchos de las posturas y prácticas de la Iglesia y fue esto lo que me alejó de ella. Poco después de terminar con Violeta pude notar como mi espíritu estaba deshecho, una vez más, no fue por ella ni por el rompimiento. Mi espíritu tenía mucho pisoteado por sus padres y la ausencia de Dios a la que yo me había entregado. Una de las primeras cosas que hice después de la ruptura fue restaurarme a mi mismo, mejorar mi cuerpo, pero sobre todo restaurar mi espíritu. Lo hice de diversas maneras, siempre evitando la Iglesia porque era algo en lo que yo ya había perdido la Fe.
Momentos desesperados requieren medidas desesperadas dicen por ahí. Siempre me pareció curioso como las sectas protestantes ganan a muchos de sus convertidos, cuando estos se encontraban en una situación espiritual débil y eran vulnerables a todo lo que ellos les contaban de su culto. Jamás me he considerado una persona de mente débil, así que me convencí con cierto orgullo por mi religión, aquella que no practicaba, que a mi nunca me podría pasar eso. Pero entonces ¿no era hora de darle una oportunidad?.
Mi mentalidad de cambio, de tomar las oportunidades y un nuevo Papa con una mentalidad diferente me convencieron de darme una oportunidad de entender que era aquello a lo que mi familia con tanto fervor adoraba. No fue algo extraordinario. Un jueves cuando llegué a casa y no había nadie, decidí asistir a la misa de 6 de la tarde, solo por curiosidad a ver qué pasaba. No pasó nada, fue una misa como cualquiera, yo era un espectador y nadie pareció notarme. No sentí nada milagroso ni ninguna luz me llamó a nada. Aun cuando durante la oración pedí a Dios para que me iluminara de alguna forma. Tal vez… solo tal vez, ese día salí del templo sintiéndome un poco más ligero, quizás porque me había dado la oportunidad, porque no lo había dado por sentado y lo intenté.
“Tal vez”. Esa interrogativa rondó mi mente unos días, esa duda me hizo volver el mismo jueves al mismo lugar, esa misma hora. Esa vez salí convencido que a veces hay cosas que necesitan varios intentos para que funcionen, yo seguí pidiendo y no vi que algo extraordinario pasara. Excepto que si estaba sucediendo.
Hace algunos años leí por primera vez el libro de El Alquimista de Paulo Coelho. Aunque se lo sobrevalorado que es el sujeto y lo poco que tiene que ofrecer en cuanto a sus habilidades literarias, ese libro en particular me dejó algo. El hacerme susceptible a las señales del Universo. Así que a partir de los sucesos de Arabella (la chica del teatro) me di cuenta que tenía tiempo sin poner atención a las señales. Empecé a hacerlo. Poco a poco fui notando como las cosas cambiaban en mi vida, la manera en que el universo se movía para que lograra mis objetivos y como las oportunidades se presentaban.
Obviamente bajo mi mentalidad, jamás pensé atribuirle ese tipo de acontecimientos a Dios, ni mucho menos al hecho de que yo siguiera asistiendo a misa los jueves, expectante. Llegó un momento de mi vida, en el que recibí tanto de una manera tan inexplicable que sentí la necesidad de agradecer. ¿Agradecer a quién?
No soy de mente tan cerrada como para no considerar que cabía la remota posibilidad que tuviera algo que ver con eso de ir a misa algunos jueves, pero soy suficientemente testarudo como para atribuirle eso a los cambios que estaba haciendo en mi persona y mi actitud. Pero, ¿no era uno de esos cambios mis visitas al templo?
Me di la oportunidad de desahogar mi necesidad de agradecer en esas horas frente a la hostia consagrada, no fue nada elaborado ni profundo, solo un gracias. Y pedí, pedí porque si era cierto que las cosas iban bien por estar yendo a misa estaba decidido a retar a Dios para que me lo probara. Para mi sorpresa, todo lo que yo pedía se me concedía. Dios trabaja de misteriosas formas, el no concede las cosas de manera lógica o directa, las concede por muchos medios, medios que llegan a ti y donde no puedes ver su actuar al menos que estés preparado para ver su mano en esas obras. Esas horas de oración en solitario eran mi preparación, y yo no lo sabía. No hasta el día de hoy.
Empecé a ver la mano de Dios en las cosas que me sucedían a diario y por las cuales pedía, en ocasiones solo para ver que pasaba. Siempre ha sido un sueño mío el de aprender a tocar el teclado, durante una de las veces que asistía a la misa los jueves por la tarde, me di cuenta que no era la primera vez que el órgano de la Iglesia estaba ahí, solo y tapado, sin que nadie pusiera los dedos en el. Fue así como llegó a mi mente una idea.
Nunca he tenido dinero para comprar un teclado en el cual ensayar o con el cual aprendí, por lo cual tampoco intenté tomar clases, pero ese día, dos piezas del rompecabezas se unieron en mi mente, un órgano sin usar y alguien queriendo aprender.
Un jueves, algunas dos semanas después, al terminar la misa me dirigí al sacerdote de mi Iglesia, amigo de mi familia y aunque no era muy familiar con él, me conocía, sabía quien era y quizás algo intuía de por qué yo no era tan cercano a la Iglesia como mi familia, “acércate” dijo él, ven y confiésate, yo te ayudo. Eso no me pareció del todo inesperado pero si me tomó por sorpresa y mi mecanismo de defensa se resistió inmediatamente, me negué y el insistió, no con dureza, no con ímpetu, si no con humildad, como si en verdad quisiera ayudarme, una cosa era estar yendo a misa los jueves, ver las señales y agradecer a Dios, pero confesarme era un nivel diferente, requería exponerme y aceptar cosas para las cuales tal vez no estaba listo. Fue quizás el darme cuenta de que había efectivamente visto las señales, que me hizo reconocer a Dios y como aquella vez en el teatro, como aquel día frente a Robin, el corazón se aceleró y decidí hacer caso a esa señal. Fue la primera confesión ante un sacerdote que había tenido desde hacía más de 5 años.
Ese fue el día que sentí por primera vez en mucho tiempo como el espíritu santo llenaba mi ser mientras me liberaba de mi carga, fue el día que di el primer paso de vuelta hacia la Iglesia. Le comenté sobre el órgano y mi idea, mis ganas de aprender y como me sentía atraído por la idea de alguna manera servir a Dios, aunque para ese entonces, también pensaba en mi, en que sería un sueño más cumplido y ambos ganábamos ¿no?
A el le maravilló la idea y decidió darme luz verde, dijo que podía venir a practicar cuando quisiera, excepto los jueves, por la exposición. También me dijo que habría un retiro para músicos y personas preparándose para aprender los instrumentos y que era un acercamiento a la música sacra, eran dos días, acepté, una vez más, más que nada por algo nuevo y por la idea de que tal vez podría conocer más personas, no quise pensarlo y acepté, de haberlo pensado quizás no habría ido. Me habría arrepentido, definitivamente.
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