Han pasado meses. 8 meses y 13 días para ser exactos. 257 días desde la última vez (bueno, a excepción de ayer, pero quién se fija ¿verdad?) que actualicé este espacio, algo tendré que decir ¿no creen?.
El mundo atraviesa un momento que nos cambiará -estoy seguro-, para siempre. Y qué mejor momento para retomar mi actividad aquí, que este momento de cambio ¿no?
Pues aquí estoy, cayéndome a pedazos y recordándome una vez más que no soy más que eso. Pedazos. Aquí estoy con un cuerpo decadente, tratando una vez más de mantenerme en una pieza, quizás simplemente tratando de mantenerme vivo. Nunca pensé que llegaría el día donde esa frase sería tan literal y sin embargo, hoy más que nunca lo es.
No estoy muy seguro qué quiero escribir, pero como cuando tomas una bicicleta después de mucho tiempo sin pasearte en una, así mis manos parecen saber lo que hacen. Así que aquí voy de nuevo.
¿Primero lo primero? No lo creo. Quizás lo primero que debería escribir son los motivos de mi ausencia, pero dejaré eso para después. Mis dedos lo saben, mis manos también y algo en mi mente dice que ya llegará el momento.
El 2020 está aquí y nunca antes había estado tan seguro de que no olvidaría un año como lo estoy de este. Ustedes no lo saben, pero soy pésimo recordando los años en los que acontecieron las cosas importantes de mi vida, tengo que pensar dos veces antes de decir que el ataque a las torres gemelas sucedió en 2011, tengo que sumarle 30 años al terremoto del ’85 para saber que en 2015 México sufrió otro terremoto igual de devastador, recuerdo 2016. En 2019 Bel y yo nos hicimos novios así que no lo voy a olvidar, pero 2020… Oh boy, desde hoy estoy seguro que no lo olvidaré.
2020 será recordado como el año donde un ser (que ni siquiera es catalogado como vivo) de tan solo unas decenas de nanómetros, obligó a la humanidad a detenerse. El año donde la mayor recesión económica global de la historia moderna tomó lugar, donde miles de millones de personas huían en miedo del pequeño patógeno que amenazaba sus vidas. El año donde nos quedamos en casa, para proteger a los más débiles. El año donde nos quedamos en casa para tener un mundo al que volver. El año donde tuvimos miedo, porque tener miedo era lo correcto. El año donde el mundo se detuvo, y aún así, siguió.
Hoy quiero escribir sobre lo que estoy viviendo. No sobre lo que he vivido y como no puedo saber si mañana estaré, no quiero pensar en lo que viviré. Al menos no mientras escribo estas palabras.
Para este momento la simple mención del año 2020 debe ser suficiente para saber que la causa de este dramatismo inintencionado es la enfermedad COVID-19 ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2. Creo que es la primera vez que menciono el país en donde vivo (siempre tratando de mantener mi persona), pero soy originario y vivo en México. Un país con sus defectos y sus virtudes, al cual por una doctrina de patriotismo he aprendido a tenerle mucho cariño, y sin embargo hoy nos encontramos en una situación de la cual no veo manera en que podamos salir bien librados. Ayer se cumplió un mes del primer caso de COVID-19 registrado en el país y a día de hoy el número de casos confirmados por la Secretaría de Salud está apunto de llegar a los mil (933). Desafortunadamente estamos ya en una etapa de propagación comunitaria (lo que significa que nos estamos infectando entre nosotros mismos) y la alta taza de propagación del virus es un indicador poco alentador de que los casos seguirán aumentando exponencialmente.
¿Las consecuencias? ¿o debería decir repercusiones?
Nuestro sistema de salud colapsará. Es demasiado optimista, incluso podría decir que ilusorio pensar lo contrario. La cuestión no es si, sino cuándo. Mi hermano y yo creemos que el caos llegará en algún momento del próximo fin de semana, es decir en 7 días.
Pero el caos a mi, ya ha llegado.
Como lo mencioné hace algún tiempo, salí de mi ciudad de origen con la meta de hacer una maestría en una de las 3 zonas metropolitanas del país. El vivir en el Tapatío me abre muchas oportunidades, pero también me enseñó (de manera dura) a vivir por mi cuenta, a estar alejado de mi familia y de cierta forma a aislarme. Pensaba, no sin cierta nostalgia, justo antes de volver, que son en estos momentos donde el vivir como foráneo te hace ver que tu hogar no está en ningún lugar. No pertenezco a ningún lugar. No considero como tal mi casa en el departamento donde vivo, no considero ya más mi hogar la casa donde viví mis primeros 24 años. Y aún así, aprendí a llamar hogar a un lugar, el lugar entre las personas que amo. Mi hogar está en los brazos de Bel cuando me siento perdido, mi hogar está al abrazar a Ramona cuando se siente triste, mi hogar está en los momentos que comparto con mis amigos. En los momentos que atesoro con mi familia.
Con todo eso, he vuelto. He vuelto a la ciudad que me vio nacer y de la que tanto me costó alejarme. He vuelto al cuarto que comparto con mis hermanos y a la falta de privacidad con la que tengo que pagar la tranquilidad que me da estar rodeado de… la familia. Regresé porque no podía estar sin ellos, regresé porque sabía que estando sólo, aislado, no lo iba a lograr. Regresé porque a pesar de todo, a pesar de cuanto me separe y cuanta distancia exista entre nosotros, los sigo amando. Y si el fin del mundo toca a la puerta, se que ellos estarán tras de mi, incondicionalmente. Hay lazos que no se pueden explicar, que simplemente existen y tú no sabes ni como están ahí, lazos que no sabes como formaste, lazos con los que creciste y están ahí. Yo sé que el hecho de ser familia y llevar la misma sangre no construye esos lazos por si solos, pero en mi caso, mi madre se encargó de unirnos de alguna manera en la que yo no puedo explicar y aunque las relaciones tengan fracturas, ante la crisis siempre nos buscamos, nos procuramos, nos preocupamos y nos ocupamos. Algo mágico tendrá esa mujer.
Pero bueno, volviendo al tema. Hacía ya dos semanas que nos habían suspendido las clases y aunque inicialmente no planeaba volver, después de 5 días me di cuenta que el aislamiento sería demasiado para mi, sobre todo no teniendo a Bel conmigo. Además, empecé a sentirme mal y si algo sabe hacer mi mente es aprovecharse de la más mínima sintomatología para hacerme creer que la catástrofe se apoderó de mi y que en dos días amaneceré muerto.
La realidad es que comencé a estresarme, estresarme por no estar seguro de que mi madre y mis hermanos se tomaran esta pandemia en serio y que eso hiciera que estuvieran más expuestos, estresarme por no conocer las servicios de salud del Tapatío y por saber que siendo una ciudad metropolitana, serían los primeros en saturarse de contagiados del nuevo virus, así que tomé la decisión. Bajo lo que inicialmente era mi propio criterio, decidí correr el riesgo de tomar un vuelo de vuelta. Para eso, por supuesto, tenía que pasar por el aeropuerto internacional. La principal entrada al país (en aquel entonces) de todos los casos de la enfermedad. Con todas las precauciones que pude tomar, llegué a mi casa el sábado pasado y por la seguridad de todos los demás (mis conocidos y no) decidí quedarme en casa hasta que estuviera seguro de no haber contraído el virus en el aeropuerto. Así empezó mi cuarentena. Así empezó el caos.
Los síntomas que tenía en el Tapatío remitieron lo suficiente como para sentirme con la seguridad de viajar, pero de igual manera al llegar aquí decidí ir a revisarme con un médico (mejor ahora, antes de que no haya ninguno disponible) y su diagnóstico fue el mismo que Bel me había dicho a través de todos estos días (siempre tan inteligente), Enfermedad de Reflujo GastroEsofágico (ERGE para los compas). Mi mayor preocupación (el dolor en el pecho), se debía (me explicó la doctora, tal como lo hizo antes Bel) a que el ácido que vuelve de mi estómago irrita a mi esófago y en ocasiones eso hace que algunos músculos del pecho también duelan. Le creí. Me llevé mi medicamento y a hacer dieta.
Estoy seguro de que las cosas no se habrían complicado (en mi mente) ni nada de esto fuera tan difícil para mi, si (como con el SII) hubiera visto mejora. Pero el dolor sigue ahí, 7 días después de iniciar el tratamiento, el dolor en el pecho no se ha ido, de hecho parece avanzar. El ardor se ha ido y el reflujo siento que está mas bajo control, pero el pecho sigue sintiéndose adolorido, no aumenta cuando camino, no me siento sin aliento, no hay fiebre, ni dolor de cabeza, pero el dolor en el pecho sigue. Lo que es más, creo que empieza a moverse hacia mi brazo izquierdo o en ocasiones pareciera que quiere escalar hacia mi cuello o abrazar mi espalda.
El dolor en el pecho no se va. Se esconde un rato, cuando me baño con agua caliente, cuando llego a manejar por alguna razón, cuando tengo mi mente ocupada en moverme por las calles (cada vez más vacías) de la ciudad. El dolor en el pecho no se va y creo saber por qué sigue conmigo… estrés.
Si bien es cierto que volví para estar más cerca de mi familia y a la vez sentirme más tranquilo por eso, la realidad es que no he encontrado manera de reducir el estrés que siento. Apagas una preocupación y nace otra, el interminable estrés por el dinero que nunca alcanza, por las deudas que se apilan, por el trabajo de mi madre que depende de las ventas de mi tío, porque resguardarnos todos significa que esas ventas se irán a 0, por pensar que conforme pasan los días y los casos aumentan la situación económica del país se deteriora y porque sé, que es inevitable. El virus ya ha ganado, ganó hace 2 semanas cuando no hicimos nada para detenerlo,, hace 2 semanas cuando hacíamos memes de su llegada a México, cuando nos creíamos chingones, cuando decíamos ya venía el calor y “no pasa nada”, cuando creíamos que sería igual que la influenza. “Otra tranza más del gobierno” decía la mayoría, “ya ves cómo al final ni pasa nada”.
Pues sí pasó. Le dimos el tiempo suficiente para tomar fuerza y va a ser muy difícil detener esa bola de nieve. Me gustaría decir que es cuestión de días para que el presidente ordene una cuarentena obligatoria a nivel nacional, pero lo más probable es que pasen semanas antes de que si quiera lo considere. Para entonces será demasiado tarde. Seguiremos los pasos de Italia, de España, de Estados Unidos. Pero nuestra economía, nuestro sistema de salud, no está preparado para esto. El fin de la vida como la conocemos, está aquí. Tocando a la puerta.
Me estresa y me destruye saberlo, verlo tan claro y que los demás no puedan o no quieran.
Sigo tomando mis medicinas y cada vez me convenzo más de que el dolor es independiente de este reflujo, ya no sé si quiero estar equivocado o no. Solo quiero que se vaya. Pero algo me dice que mientras siga teniendo este estrés, no irá a ningún lado. En verdad espero estar equivocado y que mañana por arte de magia, ya casi no lo sienta. Que pasado mañana se haya ido por completo. Poder comer las comidas que me gustan sin tanto lío, sentir que mi cuerpo está conmigo y piensa aguantar junto con todos los demás ante esta crisis. En verdad lo deseo.
Porque siento miedo, miedo de que el estrés no haga más que avanzar por mi cuerpo, miedo de que luego sea el cuello el que me duelo, luego el brazo, luego la espalda y así hasta que me gane. Parece tonto, pero si no uso este espacio para decir tonterías ¿cual? Me da miedo que este estrés me paralice, quizás sea ese miedo el que cree ese ciclo vicioso, pero ¿cómo salgo? ¿a quién pido ayuda?
Estoy viviendo una situación que nunca antes había vivido, una situación para la que nadie me preparó. Paso 24 horas del día encerrado en mi casa, el único contacto que tengo con el exterior es cuando necesitamos algo del supermercado o de la frutería, esos momentos en los que manejo el auto y con un tapabocas en mi cara y desinfectante a la mano para usarlo en cualquier nueva superficie, vivo un vistazo de lo que un día fue la vida normal.
Se que parece exagerado y hasta cierto punto dramático, y nadie más que yo quisiera que en verdad lo fuera. Pero no lo es. Esto apenas comienza y lo único que puedo pedirle al universo es que me de las fuerzas para salir adelante, que me permita encontrar en mi algo que me impulse, algo que me relaje, algo que vuelva mi cuerpo a la normalidad y ponga en mi mente algo de paz. Porque los tiempos difíciles aprendí a vivirlos, pero este caos es desconocido para mi. No puedo abrazar… no puedo ni siquiera ver a Bel.
Qué difícil es para mi esto. Solo quiero que ya se acabe.
Y aún con todo el estrés, con toda la responsabilidad, con todo el dolor… Creo.
Quizás no todo el tiempo, quizás con esfuerzo, quizás sin estar seguro en qué, pero creo que hay un camino. Que no todo está perdido, que de alguna forma, saldremos de esta. Solo espero tener la suficiente fuerza para lograrlo. Es tiempo de aguantar y es algo que, para bien o para mal he aprendido a hacer. Quizás no todos los días sean buenos, pero no todos los días serán malos y mientras tenga aliento, viviré por aquellos días en los que creo…
Los mejores.
Fuerza. Esperanza. Amor.