El chico se levantó sin apartar la mirada de su sonrisa, sus labios color carmesí, su tono favorito. Ella complementaba su sonrisa con una mirada suave que decía lo mucho que lamentaba el retraso. No importaba ya más, estaba aquí.
Con la mayor sutileza que le permitieron sus ojos, grabó en su memoria la imagen de la chica. Vestía una falda negra y camisa delgada estampada, verde oscuro sobre una blusa de tirantes negra, su cabello lacio suelto debajo de sus hombros, labial y un poco de polvo era lo único que resaltaba adecuadamente la belleza de su rostro, unas pequeñas arracadas de oro acentuaban su feminidad. Notó como algunos de los cabellos de la chica se pegaban a su piel en el área de la clavícula, sudor, notó también su agitación y se dio cuenta que había estado caminando apresurada por llegar, el calor omnipresente de esta ciudad la había hecho su víctima. Ella parecía un poco incómoda por ello pero él pensó que era algo que denotaba la naturalidad que ya había percibido en ella.
El chico le ayudó con la silla y ella le agradeció, mientras el se sentaba frente a ella.
Y ahí estaban, los dos, al fin reunidos, solos en un café sin saber casi nada el uno del otro, pero ambos compartían una misma cosa, querían estar ahí. El preguntó como estaba y ella estaba muy bien, algo acalorada, él concordó con eso, pero al momento que se lo expresó temió haberle dado una idea errónea y agregó rápidamente:
─Pero te ves muy bonita─ con suavidad.
─Muchas gracias─ contestó ella con timidez.
─¿Lo ves? El sol le da hasta color a tus mejillas─ señaló él, con avidez.
─Eso no lo hizo el sol─ le aclaró ella, regalándole una sonrisa más, al tiempo que el tono rosado volvía a sus mejillas.
Los pensamientos del chico orbitaban la felicidad, hasta cierto punto no podía creer que estuviera aquí, teniendo una cita con una bella chica, por primera vez. La última vez que había estado en la libertad de tener citas había sido hace 6 años y en ese entonces no se sentía con la edad para hacerlo, pero esto era real, una cita como en las películas, donde dos desconocidos se reunían para dejar serlo. Convencido de que disfrutaría este momento, empezó con la conversación.
Ella estudiaba Diseño y él Ingeniería, ella tomaba clases de francés y él de japonés. Él tenía 21 y ella tenía 22, casi 23. A la chica no pareció importarle esto último y el chico no dejó que eso afectara su confidencia, a ambos les gustaba viajar y lo hacían lo más frecuentemente que sus bolsillos se los permitía. Ella vivía en la ciudad vecina y no en la capital, pero pasaba aquí la mayor parte del tiempo, por su escuela. Estaba en su último año y tenía un proyecto grande que la tenía muy ocupada, de hecho no llegó a tiempo porque hubo un contratiempo con una de sus amigas, quien colaboraba con ella. El la escuchó mientras contemplaba su belleza. Una de las cosas que al chico le pareció más atractivo al conocerla, fue su voz, calmada, de timbre bajo y segura. No había escuchado una voz como la de ella, jamás.
Llegó el turno de hablar de él y él chico habló, un poco de su vida, un poco de su ser, más de sus gustos y sin darse cuenta, estaba hablando de su futuro, sus planes y metas, cuando se dio cuenta se preguntó si ya había hecho eso antes, desde que su anterior relación terminara se había concentrado en vivir su presente, sin pensar demasiado en el por venir. Tiempo después descubriría que el motivo de que en ese momento lo estuviera haciendo, era la chica sentada frente a él.
Pasaron dos horas y no lo notaron, él pudo ver cuando al llegar ella había silenciado su celular y no había volteado a verlo en ningún momento. Él, deleitado por el gesto, le había correspondido de la misma manera.
─Te mostraré el diseño─ dijo ella, después de haberle platicado sobre un concurso nacional en el que participó.
Fue después de los elogios del chico por el impresionante diseño y del agradecimiento de la chica, que ella se percató por primera vez de la hora que era.
─Oh no─ exclamó, con pesar.
─¿Sucede algo?─ preguntó él, expectante.
Ella tenía que atender un asunto de su proyecto en el edificio de su escuela hacía 20 minutos, no imaginó que el tiempo se pasaría tan rápido, él no dejó pasar el comentario y con pesar le expresó que entonces lo mejor sería que acudiera, pues era algo importante, él le preguntó si podían caminar juntos y a ella le gustó la idea de que la acompañara, después de todo su escuela no estaba muy lejos del café. El chico pagó la cuenta y ambos salieron a la ciudad y caminaron despacio, mientras prolongaban lo inevitable.
Llegaron al lugar y tuvieron que despedirse, él la había pasado muy bien y ella había disfrutado de su compañía. Se acercó y besó su mejilla, mientras él explotaba por dentro y proponían volverse a ver, tal vez raspados sería algo más acorde al clima de la ciudad la próxima vez. Él permaneció ahí mientras ella desaparecía por la puerta no sin antes voltear hacía el y obsequiarle una última sonrisa.
Esa fue la última vez que la vio.
Ese día se convirtió en uno muy importante para él, ella no lo sabía pero varios meses después, él escribiría la historia de los dos, un monumento personal a como una chica agradable y bonita, que disfruta de la música clásica, del teatro y sueña con aprender a tocar el piano, le dio al chico la oportunidad y despertó en él, algo que le habían arrebatado hace tiempo, la confianza en que él era capaz.
Si algún día llegaras a leer esto, sabrás que fuiste tú, musa y felicidad, aquella tarde, mi primer primera cita, juntos en un café.