-¿Alguna vez has estado enamorado? -preguntó la pequeña alma.
-Si… me ha sucedido -replicó él, con la vista fija en el horizonte y el sol en sus ojos.
-Y… ¿cómo es eso? -susurró. Con un millón de piezas rotas, envueltas con el coraje necesario para hacer esa pregunta.
-Es… tan hermoso… -contestó él, sin apartar la mirada del sol.
Ella se dio cuenta de ello y su corazón de hizo un puño.
-En verd…-empezó ella, al tiempo que él la interrumpía.
-¿Por qué harías semejante pregunta? -Él se preguntó, finalmente refiriéndose a la pregunta que le había hecho.
-Porque me aterra… -dijo, más para si misma que para él, con una voz casi inaudible, al tiempo que su alma se sacudía y sus adentros tiritaban.
-Yo también estoy aterrado… -expresó, de la misma manera que ella lo había hecho. No enteramente para si mismo, no enteramente para el mundo.
Hablaban en el tono necesario para escucharse los unos a los otros sin que nadie más lo supiera y aun así, hablaban para si mismos tanto como para el otro.
En el medio del silencio, el chico distinguió dos sonidos: el feroz cantar del viento de la tarde y los sollozos de ella al momento que empezaba a llorar.
Él la envolvió, la atrajo hacia él y la sostuvo. Deseando jamás apartarla de su lado.
Ella sintió su calor, escuchó el latir de su corazón y notó como eran sus brazos los que evitaban que se desmoronara. Deseó jamás tener que apartarse de su lado.
Y mientras el la unía a su cuerpo y ella lloraba en su pecho, se percató de la escena y de lo que sentía… Era la cosa más hermosa que había tenido la dicha de vivir.
Al fin superados por sus sentimientos, aceptaron que estaban enamorados el uno del otro. Se dieron cuenta que… abrazados así, amar no parecía tan aterrador.