Me encontraba sentado en una de las mesas debajo de los árboles junto a mis amigos, desde donde podíamos apreciar gran parte del Instituto, era un lugar ventajoso al cual nos habíamos acostumbrado a lo largo de los casi 5 años que llevábamos estudiando. Ellos platicaban y yo ya me había perdido en uno de esos lapsos de pensamientos que ya tanto conocían y no se molestaban en interrumpir. Y varios segundos antes de que hablara, guardaron silencio y enfocaron su atención a mi, porque conocían la mirada y sabían que diría algo, siempre expreso mi opinión por muy absurda o fuera de lugar que esté. Siempre lo hago cuando estoy con ellos, porque siento la confianza. Finalmente lo externé:
Como han cambiado las cosas por aquí, ya nada es lo que era antes.
No les sorprendía que mi comentario no tuviera nada que ver con el tema de conversación, generalmente no había relación. Sonrieron y solo dijeron “Es porque ya no vienes, verga”.
Exacto. Ese era precisamente el punto. Desde hace 6 meses he dejado de ir regularmente al Instituto, solo voy para que me firmen reportes sobre mis actividades fuera, contrario a ellos que siguen yendo diariamente en mi la transición no se ha realizado paulatinamente y es por eso que noto los cambios con mayor impacto. Perspectiva.
Justo después de su comentario noté una segunda idea formulándose en mi mente.
“Ni lo será”
Tan obvio e inevitable como el caer de una hoja, un espejo haciéndose añicos, un madero quemándose, un corazón roto. El cambio está en la naturaleza humana. Pero como todo acto de la naturaleza, tiene su contraparte que se requiere para que haya un equilibro y nuestra mente compensa ese sentimiento con otro igual de poderoso: La nostalgia.
El añoramiento de revivir las cosas y volver a como fueron antes, porque “las cosas eran mejores antes” ¿no?. Una falsa sentencia con la que intentamos confortarnos por nuestros fracasos o dificultades de la vida actual. Y es que cuando estamos en una situación conflictiva o simplemente nos dejamos envolver en el manto de la nostalgia volteamos atrás y solo vemos lo bueno, no recordamos los malos ratos, solo vemos lo que queremos ver. Un engaño.
La idea se arraigó en mi mente y sorpresivamente la acepté con ligereza, como si siempre lo hubiera sabido, probablemente siempre lo hice. Las cosas están así por un motivo e intentar voltear al pasado como consuelo es dar un paso atrás. Un paso que ahora me parece tonto dar. He vivido momentos muy buenos en mi pasado y estoy feliz de ello, atesoro los recuerdos pero ya no trato de volver a ellos, mucho menos replicarlos en mi presente.
Para bien o para mal hasta ahora el tiempo solo fluye en una sola dirección, hacia adelante y entre más pronto nos demos cuenta de ello, más pronto aprenderemos a no desperdiciar el presente, pensando en el pasado. El pasado puede ser bonito, pero sobretodo… es cómodo. Es cómodo porque lo conocemos bien y sabemos que es lo que pasará, en cambio el presente es incierto a cada momento, el futuro aun más y eso nos aterra.
Seguro, las cosas eran más simples cuando era pequeño. Por supuesto, tengo más problemas y dudas ahora que me convierto en un adulto. Pero la verdad es que cada día que pasa, cada experiencia que vivo me vuelvo más completo y cada etapa de mi vida tiene sus highlights pero si nos quedamos recordando ¿cuando disfrutamos lo que estamos viviendo?¿cómo creamos nuestro futuro?
El presente es la oportunidad que tenemos para volver nuestras vidas mejores.
Ya nada es lo que era antes. Ni lo será…
…Ni siquiera nosotros.