El día de hoy, después de estar conmigo por más de tres años mi gato ha fallecido.
Fue un día de septiembre, la mañana después de una gran tormenta, el cielo se calmaba y la tempestad pasaba, con la tranquilidad de la mañana llegaba también un pequeño felino, un asustado gato gris con su pelaje mojado, escuálido y desamparado, sin rumbo aparente ni lugar donde quedarse. Así, sin un pedazo de tierra mas donde refugiarse se acercó a la puerta de mi casa y yo no pude hacer menos que acogerlo, buscar entre la despensa algo que pudiera darle para comer y beber. Atún y leche.
La negativa de mi madre fue inmediata, siempre ha odiado los gatos y no quería saber que uno se quedara cerca de la puerta de su casa, mis oídos se cerraron a sus prohibiciones y tomé unos trapos viejos que sirvieran para darle un poco de cobijo, la temporada no era fría pero después de la tormenta el clima era bastante húmedo y ventoso. Y así pasaron los días, azotado por los regaños de mi madre seguía dándole de comer a aquel delgado felino que no tenía a donde más ir y poco a poco se iba reponiendo, poco a poco recobraba sus fuerzas y poco a poco la vitalidad volvía a su cuerpo, se le veía en sus ojos y lo reflejaba en su pelaje. Me reconoció y así como yo lo hice con él, él me aceptó también, por las noches se iba pero siempre volvía al amanecer, a esa caja con trapos que tomó como su cama.
Era evidente que no se iba a ir y de pronto la primera batalla había sido ganada, mi madre accedió que se quedara con la condición de que jamás entrara a la casa, yo sonreí y lo veía y en sus ojos veía una especie de confidencia, estábamos juntos en estos, nos volvimos cómplices en una misión que no estaba escrita, pero que estábamos dispuestos a ganar.
Era momento de ponerle un nombre, era un felino libre y salvaje, que inicialmente pensamos era gata, así que le llamamos Kira, cuando supimos que era hombre ya era demasiado tarde, el nombre se había quedado y a él parecía agradarle.
Y yo lo alimentaba y él ronroneaba. Y yo lo acariciaba y él ronroneaba.
Paso a paso, centímetro a centímetro, cada día más cerca de la puerta que eventualmente atravesaría. La temporada de frío llegó y fue un invierno particularmente frío, ni si quiera mi madre era tan cruel como para permitirle pasar a la interperie, así que pasó todo el invierno durmiendo en el interior de la casa y eso fue todo lo que necesitó para jamás volver a dormir afuera.
Poco a poco, paso a pasito fue acercándose cada vez más, fue avanzando. Creo que siempre se dio cuenta el rechazo que le tenían al inicio y sin embargo nunca se dio por vencido, siempre esperó, esperó y avanzó y al final de todo lo logró, logró que lo aceptara cada uno de los miembros de esta familia, logró que mi madre se preocupara por él, hasta el punto de regañarme por no prestarle atención.
Se volvió parte de la familia.
Kira no era un gato de trucos, no era un gato particularmente talentoso pero tenía su encanto, su pelaje era muy suave debajo de su cuello y se le formaba una especie de melena que siempre le gustaba que le acariciaran, aprendió a estar conmigo cuando lo necesité y nunca me abandonó en los momentos difíciles de mi vida, en los momentos importantes estuvo ahí, le gustaba mucho que le rascaran en la parte trasera de su columna justo encima de su cola y sacaba su lengua cada vez que lo hacía, era su forma de expresar que le gustaba algo. En algún momento de los últimos 3 años la ventana de la sala se rompió y el cristal tenía un hoyo, un hoyo que mi mamá decidió no arreglar porque de esa manera el gato podía entrar y salir a su antojo, y así lo hacía, nunca lo limitamos, nunca le impedimos salir, el era un gato libre, salvaje, del mundo y de alguna manera siempre me lo hacía saber, pero a pesar de todo era mi gato y yo le quería y creo que él a mi también, porque a pesar de que se iba cada noche al exterior, cada mañana siempre estaba ahí cuando me despertaba, acurrucado, hecho bolita en el sillón y yo le veía y me fascinaba, encontraba fascinante observar esos momentos justo antes de que se despertara, esos momentos antes de que notara que le estaba observando y bostezando se despavilara y me maullara para darme los buenos días.
Solíamos tener un ritual de los días domingos, él era un gato flojo y le gustaba pasar el día durmiendo, pero le gustaba también estar cerca de mi y que lo estuviera acariciando y los días domingos cuando yo tenía mis tardes libres me tiraba en el suelo de la sala, volteando hacía arriba y el se subía en mi estómago y se quedaba ahí, a veces usaba sus patitas para presionarme la piel como si me estuviera masajeando y me lastimaba con sus garras pero no era tan fuerte, le divertía y a mi me gustaba verle divirtiéndose, después se cansaba y se acostaba a dormir sobre mi y yo me quedaba dormido con el, acompasabamos nuestras respiraciones y dormíamos toda la tarde, lo hicimos muchas veces y era nuestra manera de conectarnos.
Dicen que los gatos no son animales fieles como los perros, que solo están ahí por conveniencia, no creo que sea así, mi gato era la única alma que me esperaba a las 4 de la mañana cuando llegaba de mis salidas nocturnas, siempre guardián, siempre alerta, era quien estaba ahí para recibirme cuando llegaba del trabajo, cuando bajaba del bus y le divisaba a lo lejos, el corría hacia mi y yo lo levantaba en mis brazos para acariciarlo y hacerle cariños. Era mi gato y yo era su humano y nos entendíamos, nos queríamos…
Kira falleció el día de hoy, 4 de enero del año 2017.
Y eso me parte el corazón de una manera que aun me es difícil asimilar, falleció debido a una infección viral que le atrapó en una de sus excursiones nocturnas. El día de ayer mi hermano y mi madre lo encontraron en un poste, helado y débil, lo llevaron al veterinario y les dijo que tenía hipotermia y estaba deshidratado, que debía quedarse internado al menos dos días en lo que se estabilizaba. Yo estaba en el trabajo y no pude mas que poner a su disposición todos mis recursos para ayudarle. Lo internaron y mandaron a hacer unos análisis.
Después de salir de trabajar me fui como bala hacia la veterinaria a verle y al llegar ahí estaba él, esperándome, aguantando su dolor, todo para poder recibirme una última vez, todo para permitirme estar con él unos últimos momentos. Me despedí de él acariciandole su zona favorita mientras le decía al médico que lo dejaba en sus manos, pero yo ya sabía lo que pasaría.
Lo vi en sus ojos cuando nos encontramos, en esa conexión que solo tiene un gato y su humano, lo vi en el momento que lo acariciaba, lo vi en el momento que me despedía. Esa sería la última vez, el debía irse y me estaba permitiendo verle por una última vez.
La madrugada del siguiente día me lo confirmaron, había muerto.
Mi compañero por los últimos tres años había dejado este mundo, así como llegó se fue, repentinamente, siempre lo supe, era un ser libre y estaba destinado a partir a un lugar mejor, pero aun así no estaba preparado.
Hoy nadie me recibió al llegar a casa, hoy no escuché esa respiración extra al despertar, hoy el plato de croquetas estaba intacto, hoy mi mundo se volvió un poco más frío. Kira dejó este mundo, pero nunca morirá.
Porque solo muere lo que se olvida, y yo nunca le voy a olvidar.
Es increíble como un ser tan pequeño, se pueda convertir en algo tan maravilloso, pero así fue, llegó un día y no le esperaba y se convirtió en una parte más de mi, y así permanecerá, porque mientras yo respire no habrá un momento en el que su recuerdo se extinga de este universo y mientras sea recordado él vivirá por siempre.
Ahora está en un lugar mejor y solo espero que donde sea que esté, nunca le falte su comida favorita, ni tenga que pasar un solo momento más en el frío. Que esté tan cómodo como lo estaba en el sillón de mi casa y que no me extrañe demasiado, porque a mi me parte el corazón no sentirlo atravesarse entre mis piernas, no verlo a un lado de mi cuando me siento a la mesa, pidiéndome de lo que sea que esté comiendo.
Gracias por todo el tiempo juntos y gracias por los grandes momentos.
Ahora formas parte de mi, para toda la eternidad.
Siempre estarás en mi corazón, Kira.