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La chica de las estrellas

Era noche, bastante tarde, la hora es algo irrelevante en estos viajes, la dirección se ha vuelto efímera, lo que importa es el momento. Las sensaciones, vivir.

El chico sentía la arena en sus pies y la brisa del mar en su cara, era de lo único que estaba seguro, lo demás se ocultaba detrás de una nube de adormecimiento conjurada por el alcohol que fluía por su organismo, no demasiado para que las cosas resultaran ajenas, pero lo suficiente para que sus impulsos fueran lo que dictara su actuar.  Llegaron hasta un grupo de personas.

¿Amigos? ¿Compañeros? ¿Conocidos?

Definitivamente no para él, debían de ser amigos de alguien o los conocidos de alguien, era irrelevante. Dicen que en la ebriedad todos somos conocidos, eso es en parte razón, en parte mentira, como la mayoría de las cosas. Intercambiamos saludos y somos bienvenidos. Detrás alguien quebró una hielera, hubo protestas pero más risas.

El chico se sienta en la arena, sin notar que casi a su lado alguien ya ocupa un lugar -sentidos relajados, oscuridad profunda-, lo único que percibe es el va y ven de las olas, la tranquilidad de la oscuridad.

─Que molesta es esa luz─

El chico se sorprende, al notar por primera vez que hay alguien a su lado, al girar su cabeza se encuentra con una cara, clara como la luz que reflejaban los inmensos ojos que descansaban en ella.

─Si, quién sabe qué sea─

Se sorprende de nuevo al percatarse que a su lado hay alguien más. El comentario no era para él entonces. Sus ojos se adaptan a la penumbra y logra ver algo más que su acompañante, la ve a ella.

Delgada, pequeña, cabello negro y tez blanca, finos pómulos y una sonrisa, sus ojos de nuevo, atrapando al chico en su vigía. Él chico avergonzado actúa rápido.

─Es un barco pesquero─ contesta sin titubear.

─¿Ah, si?─ pregunta ella.

─Si, lo que está a sus lados son las grúas que levantan las redes que lanzan, se vuelven muy pesadas al capturar los peces. Las luces son preventivas y para ver a sus alrededores.

─Oh… pues son algo molestas─ replica la chica

─Quizás te gusten más las que tienes arriba─ contestó el chico con naturalidad

Ella volteó hacía el cielo mientras el se quedaba absorto en la belleza que proyectaba la chica, infinitas motas de luz a millones y millones de kilómetros de distancia se reflejaban mágicamente en los grandes ojos de ella, mientras la luz del barco le daba a su piel una tonalidad pálida como la misma luna, ella sonrió.

─Son hermosas, que curioso que hoy se vean más─

─Es noche de luna nueva, no hay luz que las eclipse─comentó él.

─Tienes razón, no lo había notado─ le respondió sin dejar de ver las estrellas.

─Solo conozco algunas constelaciones, pero te las puedo mostrar─ le reveló él.

─¿¡En serio!? Muéstrame─ pidió ella con entusiasmo

El chico notó que algo se movía al lado de la chica, era su acompañante, a quien habían estado ignorando monumentalmente y de quien el chico se había olvidado por completo, pensó entonces que su comportamiento había sido algo inapropiado, pero a ella no pareció importarle su partida. Su única reacción fue decir que le gustaría acostarse pero la arena le provocaba escozor, el le ofreció una toalla y aprovechó para acercarse a ella.

Tomó su mano y poco a poco fue mostrándole las pocas constelaciones que conocía y que eran visibles. Ella parecía fascinada.

─¿Como es que sabes tanto?─ le preguntó

─Mi abuelo, era marinero─ le contestó él.

La chica no preguntó nada más, su conversación siguió, y dejaron de escuchar el alboroto de los demás. Solo estaban ellos dos, el sonido de las olas y una bóveda infinita de estrellas sobre sus cabezas.

Eventualmente se dijeron sus nombres, el pensó que era algo irrelevante en esa noche, pero curiosamente le pareció que era necesario, era una noche especial y lo estaba pasando bien, esa fue la primera vez que observó las estrellas a la orilla del mar con una desconocida.

Se prometió que jamás olvidaría esa noche y no confiando en la eternidad de su memoria, la escribió.

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